Se volteó de pronto, sin decir palabras,
con la frente el alto, hombros erguidos;
caminó unos pasos y escuchó aquel grito,
lanzado inocente por la voz de un niño.
Devolvió su mirada y enfrentó a su hijo,
que pegando un salto se colgó a su cuello:
¡No demores mucho!, le dijo al oído,
te quiero a mi lado porque hoy es domingo.
Regreso muy pronto respondió aquel padre,
forzando sus labios en falsa sonrisa;
pero si demoro no te sientas triste,
presente o ausente estaré contigo.
Apagó su voz, se entregó al destino,
con orgullo innato de inmortal guerrero;
aparto sus penas, ofreció sus manos,
y alegró sus ojos mirando otros hijos.
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